De éstas veces en las que eres incapaz de concentrarte porque parece que hubiera algo dentro de ti intentando escapar, y el ruido que hace al golpear las paredes de tu cuerpo de molesta, te impide centrar tu atención en otra cosa que no sea el toc, toc, toc.
De éstas veces en las que los sentimientos se intercambian mágicamente, los pensamientos surten menos efecto que los olores, y darías lo que fuera por tener una cuerda cerca para atarte las manos al objeto fijo más sólido y pesado que encuentres.
Porque a veces ocurre, que aunque creas que no hay química sin física, ambas pueden ir por separado, cada una con sus teoremas, definiciones y leyes universales; porque cuando van por separado te obligan a pensar más, a crear las relaciones entre ambas por ti mismo, a que esa masa inconsistente dentro de tu cabeza a la que haces llamar cerebro crezca un poquito más.
Porque a veces ocurre, que el primer golpe contra el pico de la mesa te hace un chichón, pero cuando se ha curado y no duele se te olvida incluso que te diste un golpe. Porque puede que aprendas a tener algo de cuidado, pero ni aún así puedes evitar darte otro golpe con la misma mesa cuando tienes que pasar a diario cerca de ella. Porque puede que cuando sean dos mil los golpes recibidos y sea posible apreciar la cicatriz, puede que entonces te des cuenta de que lo que debiste haber hecho es tirar la mesa, o bien recubrirla de un material blandito que no te haga daño.
Y si después de todo sigues sin aprender ni comprender, y piensas que lo más interesante que puede ofrecerte la vida es información acerca de la reproducción del caracol de río, entonces, entonces yo ya no sabría que hacer.
Porque hay conexiones que no pueden destruirse, solo hay que averiguar de qué tipo son, y si no son compatibles, desconectar y reconectar de un modo que sí lo sean.
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