Siempre he sido
de las que sienten en mayúsculas. Un abrazo, una buena comida, un pinchazo o un
corazón roto. Todo me gusta demasiado o me duele demasiado. Para mí, la vida no
tiene un volumen intermedio, está siempre al máximo.
Porque cuando
siento, doy todo lo que tengo dentro hasta las últimas consecuencias, porque
nunca aprendí a pensar antes de actuar.
Nunca me
enseñaron a sacar de mi bolso las piedras que recogía, porque son pesos en mi
vida que solo me vuelven más vulnerable. O tal vez sí me enseñaron pero yo
nunca quise aprender. Y fue así como a lo largo de los años completé una gran
colección. Una colección de la que, por algún motivo, no podía deshacerme.
La primera D de
mi vida apareció en un momento de diversión e inocencia, casi de niñez, y
aunque no fue la más importante, sí que fue la más fugaz e intensa. 10 días, amistad,
sueños… y música. Pero tan veloz como comenzó terminó. Han pasado ya siete años
desde aquella D, pero aún puedo recordarla con una sonrisa, aún puedo mantener
esa D en mi vida.
La segunda D de
mi vida fue, sin lugar a dudas, la más significativa. Años idolatrando que
parece que no terminarán nunca, pues es la única D que está completamente
aparte pero a la única que yo no puedo apartar. Fue una D complicada, llena de
giros, llena de altibajos, llena de misterio e incluso de celos. Fue una D que
lo tenía todo, jamás conocí una D más completa. El símil perfecto de todo lo
que yo buscaba, la única capaz de cubrir mis altas expectativas como princesa. Pero
esta D nunca fue mía, nunca lo sería y nunca lo será. Fue una D que me hizo
vivir de esperanzas, una D que me hizo vivir de anhelos, deseos, pero una D que
nunca llegó. Una D que desde el principio estaba demasiado lejos, y no me di
cuenta de que yo no podría alcanzarla hasta que no fue demasiado tarde.
La tercera D de
mi vida fue, en cambio, la que más me marcó. Una D oculta, que nunca debí haber
descubierto pero que se dejó ver por si sola tras un tiempo, una D de locuras,
de idioteces, una D que todos creían que era para mí. Una D de química, de
complicidad, y una D que desapareció como las pompas de jabón. Y que renació,
de sus propias cenizas. Porque las D saben hacer muchas cosas, pero no
entienden tantas, como que por ejemplo, yo ya no quería más D en mi vida, que
después de tantas iguales, necesitaba un cambio.
Y estaba a
punto de empezar.
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