¿En qué parte
del camino me encontré con el lobo? ¿Cuándo fue que me prometió una vida de ensueño
a su lado y yo le creí? ¿Cómo fue que desapareció mi capacidad de raciocinio?
Yo me imaginaba
un ser racional, pensante, con las ideas correctas dentro del mueble de ideas y
las tentaciones irreflexivas bien guardadas bajo una docena de llaves de la más
alta resistencia. Pero me equivocaba.
Para cuando lo
advertí, el lobo me estaba desgarrando en tiras la piel de mi pecho para
alcanzar mi corazón cual vampiro hambriento. Para cuando vine a darme cuenta,
le había dado todo lo que tenía y me hallaba en un estado de hipnosis tan
fascinante que lo único que quería era que el lobo, amenazante y nocivo,
permaneciera cerca, lo más cerca posible.
Por algún
motivo el lobo llegó a mí, pero fue culpa de mi yo más beata, que lo sentía
como un corderito suave y blando. Ese inocente lobezno sabía atacar la corteza
mejor que el león más experimentado, y dejaba una huella tan profunda al paso
de su garra que tenía la certeza de que jamás se curarían antes de la siguiente
pasada.
¿Y cómo se
escapa ahora? ¿Cómo se huye de una prisión de la que no se quiere huir?
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