Imaginar historias siempre fue mi pasión.
Me imaginaba princesa a los 3 años,
médica a los 8
e ingeniera aeronáutica a los 17.
Y desde hace un tiempo solo puedo imaginarme contigo.
Imaginar, por ejemplo, aquella cena que nunca fue.
O la película que no vimos juntos,
o aquel paseo por la playa agarrados de la mano.
Y por imaginar, te imaginaría a mi lado
cada mañana al despertar.
Te imaginaría tumbado en mi sofá, agotado tras un día de trabajo.
Te imaginaría sonriendo, juguetón, pícaro.
Y es precisamente eso lo malo de la imaginación.
Que no puedes controlarla.
Porque yo no quiero imaginarte más.
No quiero imaginarnos. Ya no.