martes, 5 de marzo de 2013

Lluvia de ideas

Los suspiros provocados por el eco de la sonrisa más dulce que podrías dedicarme, o de la sonrisa más traviesa, o de la más arrepentida y preocupada cuando piensas que has hecho algo que podría molestarme, o tu sonrisa más sincera, esa que me calma, y me hace sonreír aunque tenga la mente llena de pensamientos negros. Cualquiera de tus sonrisas es, además, capaz de dejarme sin respiración, pero por más cercana que parezca, también me recuerda los miles de kilómetros que nos separan.

Porque no importa lo cerca que puedan estar tus labios de los míos, la distancia, esa maldita traidora que llega sin ser llamada, que aparece incluso antes de que puedas darte cuenta, ese desleal trato del destino que estaba presente desde el inicio, mucho antes de que tú misma descubrieras sus labios; siempre consigue hacer de las suyas. Amarga distancia imperecedera que no me permite estar tan cerca de ti que nuestro aliento pueda fusionarse.

Porque hallar nuevos mundos no es siempre tan maravilloso, a veces duele. Provoca agonía sin límites el saber que el mundo es inconquistable, que no se pueden saciar las necesidades porque no se ha podido obtener el permiso, que la curiosidad mata al gato y que yo, minina que se cree astuta, ya estaba muerta de antemano.

Porque la mayor belleza está en los pequeños detalles, y yo adoro ese lunar en tu mentón, adoro el toque de sorpresa e ilusión que aparece en tus ojos cuando me ves después de mucho tiempo, adoro la calidez de tus dedos cuando recorren mi mejilla con ternura, adoro el sonido de tu risa y tu olor, una mezcla de tabaco y tu  perfume; adoro la arruga de tu frente cuando estás concentrado y adoro como te paras con los hombros un poco hacia delante y una mano apoyada en la cintura, adoro cómo me miras, adoro cómo me hablas, cómo me cuidas, adoro cuando me abrazas o me das besos... Y reconozco que también adoro que me hagas olvidarme hasta de que existo con el simple hecho de curvar tus labios.

No puedo controlar el brillo de mis ojos. No puedo controlar el deseo irrefrenable de verte, de estar entre tus brazos, de escucharte cantar la más absurda de las canciones haciendo el tonto, mientras voy sentada a tu lado en la punto, de que me mires a mi, única y exclusivamente a mi. No puedo controlar el brillo de mis ojos. No quiero controlarlo.



Audio: Lonely day, SOAD

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