Qué ilusa fui
al pensar que las marcas de mi interior se borrarían con la misma facilidad que
las que me dejaste en la piel.
Tu paso por mi
vida fue idéntico al de un huracán por un pueblo pequeño, potente, veloz, y
destrozando todo a su paso. Yo estaba protegida, otros desastres naturales te
habían sucedido.
Pero ni por
esas, pues ¿qué puede hacer un bebé contra un lobo hambriento? Mis armas eran
insuficientes desde el principio, y tú lo sabías. Sagaz tu mente, torpe la mía.
Así sucedió
nuestra historia. Imprevisible y ensordecedora, como una tormenta de verano, me
obligó a camuflarme en el peor de los lugares, en ti.
Y cuando me
supe enamorada no pude sino lamentarme de mi ineptitud. ¿Cómo era posible que
tú parecieras más experimentado cuando por años de vida yo debía ganar en eso?
Las marcas
visibles únicas pruebas del amor que compartimos, marcas que guardaba orgullosa
porque eran memorias de momentos maravillosos.
Te fuiste con
el viento, sin dejar rastro (o dejando demasiados según el punto de vista). Me
dejaste aferrada a un recuerdo imposible y con unas perspectivas de futuro
indeseables.
No puedo
perdonarte, no puedo perdonar que te fueras. De tan roto que tengo el corazón
cuando me muevo parezco una pandereta. Y ya no se deja arreglar.
Me gustaría que
dejáramos de coexistir en el mismo universo, pero ni así sería capaz de
olvidarme de tu sonrisa, o del roce de tus labios recorriendo cada centímetro
de mi piel.
Y sé que no te
necesito, y si de algo estoy segura es de que no quiero que vuelvas a mi vida,
pero a pesar de todo te quiero.
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