-Puedo ser muchas cosas, pero no me considero un cobarde – le respondió él dulcemente, acercando lentamente la mano para tratar de acariciarle la barbilla, gesto que ella rechazó.
-No me toques. Ya estoy harta. No vas a jugar más conmigo – replicó dándose la vuelta dispuesta a salir de allí, a alejarse lo máximo posible de aquel olor embriagador, de aquella sonrisa y de aquellos ojos que tanto la habían torturado de forma inconsciente durante los últimos meses. Pero él la paró.
-Para, no seas niña. Escucha. – comenzó a explicarse sin soltarle el brazo, ella dudó un segundo, pero se quedó quieta. – Yo no huyo de ti, y no me importa reconocer que me gustas, más de lo que querría admitir – ante tal afirmación ella giró la cabeza de golpe y lo miró con los ojos como platos – pero no quiero estar contigo. - ¡PAM! Una bofetada no le habría dolido más. Intentó librarse. No iba a perder la dignidad, no delante de él quien no lo merecía.
-Eres un cobarde. Suéltame.
-Pero sí, en eso sí te doy la razón. – Continuó él sin soltarla - Soy un cobarde. No quiero correr el riesgo de enamorarme de ti, no quiero darle ese poder a nadie más. No me gusta sentirme vulnerable.
-Así que además de cobarde escéptico. – Ella se revolvió, intentando deshacerse de su agarre - ¡Déjame! Me gustaría no volver a verte nunca, pero como por desgracia eso no puede pasar, te pediré solo que me ignores cuando me veas, que yo haré lo mismo. – ante su desconcierto, él le contestó con una sonrisa.
-Mira quién huye ahora. – añadió, y soltó el brazo que le tenía sujeto.
-Yo no estoy huyendo. – Objetó perpleja – Hay una diferencia entre temor e indiferencia.
-¿Así que ahora te soy indiferente? – levantó una ceja y acercó su cara a la de ella.
-No he dicho eso. Pero no voy a estar esperando hasta que tengas el valor o la madurez suficientes o hasta que aprendas a distinguir lo que quieres de lo que necesitas. Ya te he esperado bastante, se acabó. – terminó su discurso cada vez más nerviosa pues él no había disminuido la distancia entre sus caras, sino que continuó acercándose hasta pegar su frente a la de ella.
-Esto no se ha acabado. – sonrió él – Mírate, estás temblando – alegó, al mismo tiempo que pasaba un brazo alrededor de su cintura hasta dejar la mano sobre su espalda- no podrías acabarlo aunque quisieras – frustrada, no pudo responder ni tampoco apartarse. Su contacto, su olor… eran como una droga. – No quieres alejarte, ¿no es cierto? – Ella negó lentamente con la cabeza – Pues voy a intentar quedarme lo más cerca posible, ¿te vale?
-Por ahora.
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