martes, 11 de diciembre de 2012

Mi miedo no era infundado

Todos somos actores en la película de nuestra vida, es algo que he sabido siempre, que cada uno actúa según sus intereses y lo que necesite conseguir. Lo que nunca pude imaginar es una actuación tan sublime delante de mis ojos. Merece mi enhorabuena ese maravilloso actor que bien podría dedicarse al cine y ganar millones que podría invertir en actividades mejores que jugar con objetos delicados que se rompen con facilidad.

Como un volcán en erupción la rabia me invade ante la idea de poder haber evitado el desastre, las señales avisaban de lo que se avecinaba y yo no fui capaz de escuchar, no quise escuchar porque me hacía feliz. Y el desastre sucedió, las consecuencias fueron terribles y, tan solo un herido, aunque de gravedad, yo.

Dar vueltas no me servirá de nada, pues es imposible encontrar un sentido, una lógica, un motivo, una razón. No quiero pensar que el objetivo final era destruir por placer, porque ya bastante he soportado. Y mi miedo no era infundado, yo perdí mi escudo, perdí mi máscara, perdí todo, y la lanza pudo llegar con facilidad, con demasiada facilidad, mucha más de la que me habría gustado.

Cualquier cosa es tan efímero que asusta, solo hace dos días pedía por favor jamás despertar de mi sueño, era como estar viviendo en un cuento de hadas del que nunca quería salir, y creía haber encontrado a un príncipe azul perfecto, a ese príncipe que tanto tiempo había estado buscando, pero debí haberme dado cuenta antes, después de todo, también he sabido siempre que la realidad no tiene final feliz y que no existe el príncipe azul, que los "y vivieron felices y comieron perdices" suceden solo en los mundos de fantasía.

Decido de nuevo envolver mi corazón en burbujas de plástico, sólo así podré evitar que lo dañen de nuevo, estaba bien así desde un principio y nunca debí haberlo dejado desprotegido.




Audio: Bittersweet, Amy Diamond

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